EL DUELO es la reacción normal después de la muerte de un ser querido.
Supone un proceso más o menos largo y doloroso de adaptación a la nueva situación.
Elaborar el duelo significa ponerse en contacto con el vacío que ha dejado la pérdida, valorar su importancia y soportar el sufrimiento y la frustración que comporta.
La intensidad y duración del duelo depende de muchos factores: tipo muerte (esperadad o repentina, apacible o violenta..), de la intensidad de la unión con el fallecido o la fallecida, de las características de la relación con la persona perdida (dependencia, conflictos, ambivalencia...), de la edad...
La duración del duelo por la muerte de una persona muy querida puede durar entre 1 y 3 años.
DUELO RESUELTO. Podemos decir qeu hemos completado un duelo cuando somos capaces de recordar al fallecido sin sentir dolor, cuando hemos aprendido a vivir si él o ella, cuando hemos dejado de vivir en el pasado y podemos invertir de nuevo toda nuestra energía en la vida y en los vivos.
FASES DEL DUELO
Primera fase: El choque La primera reacción ante una pérdida repentina e inesperada es la estupefacción y la negacion de lo ocurrido. En esta etapa se viven momentos de absoluta confusión y es frecuente que se repitan frases del estilo «no puede ser cierto» o «seguro que está en algún hospital». Odriozola afirma que esta forma de intelectualizar lo sucedido es el principal obstáculo para aceptar la pérdida. Para continuar el proceso normal de duelo es conveniente que los allegados hablen de la persona desaparecida, que compartan recuerdos y que participen en los rituales de enterramiento y despedida. La culpabilidad es uno de los elementos centrales del choque que produce la muerte de un ser querido. Está presente desde el principio y es uno de los más complicados de resolver. En situaciones como la de los atentados de Madrid su peso es aún mayor, no sólo porque han podido quedar muchas cuestiones por resolver con la persona desaparecida, sino por los muchos «lo que pudo haber sido y no fue» que surgen. A lo largo de la última semana, se ha podido escuchar o leer «yo también tenía que haber cogido ese tren» o «iba a recogera su hermano». En lo que se refiere a los niños, el psicoterapeuta asegura que en muchos casos los adultos les impiden vivir el dolor de la muerte de sus padres y superar el trauma estimulando la fantasía creando un entorno que simula que «no ha pasado nada». También los más pequeños deben hacer el camino del duelo para que no queden secuelas. Segunda fase: Conciencia de la pérdida y protesta En general las etapas se suceden, pero como en todo lo que tiene que ver con las emociones no hay reglas fijas y es posible que en ocasiones se superpongan. Tras la aceptación surge la rabia, la cólera fruto de la frustración y de la impotencia y como compañera la eterna pregunta: ¿por qué? En esta fase, es habitual experimentar trastornos del sueño y tener la sensación de «perder la cabeza». Es frecuente que los dolientes traten de evitar el dolor diciéndose que «es ley de vida» o que «todo debe continuar». Sin embargo, esa forma de consuelo encierra una trampa y es que se produce un bloqueo emocional que alimenta aún más el sentimiento de culpabilidad porque no se puede llorar la pérdida. Odriozola recomienda dejar salir todas las manifestaciones de rabia por muy duras que sean.Incluso es conveniente expresarla en forma física golpeando objetos, gritando o insultando. Tercera fase: Aislamiento y depresión Los especialistas consideran la tercera etapa del duelo como la más delicada porque sus características son muy similares a las de una depresión patológica y si no se supera adecuadamente puede desembocar en un trastorno mental real. Se caracteriza por la tendencia al aislamiento social porque la culpabilidad vuelve con toda su fuerza y empuja a la persona a cuestionar su comportamiento. Su escala de valores y su actuación tanto con el ser perdido como con el resto del entorno se enfrentan a un juicio severo marcado por el sentimiento de indignidad y de autoacusación. «El perdón, la comprensión y la aceptación de las propias limitaciones es la única manera de sanear la culpa», afirma Odriozola. Cuarta fase: Cicatrización y renovación Nada vuelve a ser como antes, pero llegado este punto el dolor se ha convertido en un motor de cambio. El doliente adapta su visión de la realidad y su comportamiento en función del impacto emocional de la pérdida y comienza una nueva vida. Odriozola, en su experiencia con padres que han perdido un hijo, asegura que es muy común que, una vez resuelto el duelo y empujados por la compasión y la solidaridad mencionadas, sientan el impulso de ayudar a otros creando asociaciones o participando en las ya existentes. El especialista habla de la despedida agradecida que no es otra cosa que reconocer el valor que la persona perdida ha dado a la vida de los que se quedan. |
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